Lamentablemente
no hay respuestas específicas a estas interrogantes. No obstante, lo
importante a considerar hoy es lo que podamos hacer para la protección
de nuestros niños. La clave es la prevención, lo que hace
imperante educarnos sobre las señales de alerta de una conducta de alto
riesgo. Es esencial identificar que la conducta violenta es más
frecuente cuando hay ciertas variables de personalidad anómalas
(impulsividad, irritabilidad, rigidez, desconfianza, ausencia de empatía
y baja autoestima), ciertas alteraciones psicopatológicas (abuso de
alcohol y drogas, celos patológicos, dependencia emocional excesiva,
ansiedad y depresión) y experiencias previas de violencia en ámbito
familiar o de pareja (creencias disfuncionales sobre las relaciones
interpersonales).
Hay
ciertas señales de alarma que denotan un riesgo alto de estar implicado
en una relación con un agresor. Principalmente un agresor se muestra
posesivo e intenta controlar a otros, recurre a las amenazas o la
intimidación, presenta conductas humillantes o actos de crueldad hacia
su víctima, culpa a otros por sus problemas o dificultades, minimiza la
gravedad de conductas de abuso, tiene cambios de humor imprevisibles o
accesos de ira intensos, sobre todo cuando le ponen límites, su
comunicación es agresiva, y justifica la violencia como una forma de
resolver los conflictos.
La
normalización de la violencia hoy en día es preocupante puesto que el
comportamiento violento se ha convertido en una forma relativamente
habitual de relacionarse con las demás personas (Díaz, 2004). Ponga a
funcionar su intuición como un radar y preste atención a las señales que
hacen sonar la alarma para que así pueda protegerse a sí mismo y a los
suyos. Cualquier comunicación de una persona que implique que se hará
daño o que hay riesgo de daño a terceros considérelo una amenaza y actué
de inmediato. Es vital detectar comportamientos de violencia y
desarrollar una actitud más favorable para buscar ayuda.
La
violencia es prevenible, hay muchas formas de resolver diferencias, de
controlar el enojo, de manejar las frustraciones, que no requieren de
agresión ni de violencia. Todos podemos aprender a detectarla desde que
muestra sus primeras señales, así como manejarla y, por lo tanto, cada
uno de nosotros puede aprender a prevenirla.
Hasta la próxima,
Jessica Arroyo Ortiz, CPL.
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