jueves, 3 de noviembre de 2016

Lamentablemente no hay respuestas específicas a estas interrogantes. No obstante, lo importante a considerar hoy es lo que podamos hacer para la protección de nuestros niños. La clave es la prevención, lo que hace imperante educarnos sobre las señales de alerta de una conducta de alto riesgo. Es esencial identificar que la conducta violenta es más frecuente cuando hay ciertas variables de personalidad anómalas (impulsividad, irritabilidad, rigidez, desconfianza, ausencia de empatía y baja autoestima), ciertas alteraciones psicopatológicas (abuso de alcohol y drogas, celos patológicos, dependencia emocional excesiva, ansiedad y depresión) y experiencias previas de violencia en ámbito familiar o de pareja (creencias disfuncionales sobre las relaciones interpersonales).

Hay ciertas señales de alarma que denotan un riesgo alto de estar implicado en una relación con un agresor. Principalmente un agresor se muestra posesivo e intenta controlar a otros, recurre a las amenazas o la intimidación, presenta conductas humillantes o actos de crueldad hacia su víctima, culpa a otros por sus problemas o dificultades, minimiza la gravedad de conductas de abuso, tiene cambios de humor imprevisibles o accesos de ira intensos, sobre todo cuando le ponen límites, su comunicación es agresiva, y justifica la violencia como una forma de resolver los conflictos.

La normalización de la violencia hoy en día es preocupante puesto que el comportamiento violento se ha convertido en una forma relativamente habitual de relacionarse con las demás personas (Díaz, 2004). Ponga a funcionar su intuición como un radar y preste atención a las señales que hacen sonar la alarma para que así pueda protegerse a sí mismo y a los suyos. Cualquier comunicación de una persona que implique que se hará daño o que hay riesgo de daño a terceros considérelo una amenaza y actué de inmediato. Es vital detectar comportamientos de violencia y desarrollar una actitud más favorable para buscar ayuda.

La violencia es prevenible, hay muchas formas de resolver diferencias, de controlar el enojo, de manejar las frustraciones, que no requieren de agresión ni de violencia. Todos podemos aprender a detectarla desde que muestra sus primeras señales, así como manejarla y, por lo tanto, cada uno de nosotros puede aprender a prevenirla.

Hasta la próxima,
Jessica Arroyo Ortiz, CPL.

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